Tiempos memorables de nuestra Caracas ya
olvidada. El salón de fiesta en
forma oval, de ventanas coloniales, un acabado de roble enfurecido, desde
sus techos hasta los suelos en granito pulido.
Las burbujas del champan fueron la antesala del baile. Nosotras, las damas de
honor, hacíamos reverencias delicadas, adornadas por las sonrisa ingenuas, mientras
los cadetes, gentilmente, nos tomaban de la mano, para dar vida a los arcos tupidos por los helechos,
que hacían de los 15 años, una noche mágica.
Nuestros atuendos, llenos de lentejuelas de
azul marino y de la cadera para bajo, la caída de muselina veraniega,
transparente, jugando sin querer la seducción de la piel.
No
había aún dejado de jugar con las barbies, cuando mi cuerpo tembló por
Valentín, un chico, alto moreno,
de ojos claros de mirada insinuante, tenía 17 años y yo 14.
En mi vida había
sentido algo, recuerdo que solo pintaba corazones en mi diario y en los
árboles, muchas veces me sacó suspiros entre la piscina y el jardínes frondosos
e irreverentes, del majestuoso Círculo
Militar, sitio privilegiado por la historia, para las presentación de las chicas en
sociedad.
Valentín
tuvo el atrevimiento de acercarse a mi mesa, preguntarle a mi madre si podía
bailar conmigo, mi madre con un gesto afirmativo, una sonrisa suave, pero
desconfiada, le dice que si. Recuerdo que las manos me sudaban, las miradas hablaban, sentían,
amaban, la piel enardecida, los acercamientos de cuerpo a cuerpo, ya aflora la
flor, la fauna y el más allá a punto de descubrir
algo exquisito, como el placer de un beso, o un suspiro en mi cuello; cuando de
pronto hemos sentido en el cuerpo a cuerpo, unas manos gruesas, grandes y heladas, cual madona
de película italiana de los años 50, nos
dice en riguroso bajito:
” Separaditos están mejor”, la fuerza de
su voz nos atrapó, era el mismo rugido de
un León en primera persona.
Nos quedamos inmóviles por la vergüenza, Valentín
no estaba rojo, estaba morado, y yo no daba crédito Era ¡ mi Madre!, me quise morir, qué le podía decir, seguimos
bailando toda la noche sin inmutarnos, mudos, cual vals de lo que “El viento se llevó”.
Adiós al placer, o soñar con un beso a escondidas, la mirada de mi madre fue eterna en nuestros
vestuarios.
Les juro que jamás lo olvidé, estuve
muchos meses, de lejos, por si acaso, le
decía: - jamás te perdonaré.
Hoy le leí a mi adorada madre, el relato y me llamó mentirosa, jajaja, me dice por la
cara, - yo no hice eso, no soy capaz.,- , ya y yo me Caperucita Roja. Fueron unos 15
años inolvidables y no precisamente para la protagonista, sino para mi.
©Beatriz Martín
21/08/2020