Rodeada por el
letargo de los años cansados,
herida de muerte por
el desencanto del amado,
llegó él para
colocar su sonrisa de nuevo en sus labios.
Una mirada delicada aparece de la nada,
da de beber al alma,
mientras la piel se abraza,
se delata febril y las olas la acompañan.
Surge una noche mágica mientras el Teide observa,
la melodía
silenciosa de un timple a lo lejos,
y el vino disfruta entre copa y copa de sus ganas.
Sigue gozando de
aquella mirada de largas horas,
de deseo ardiente,
de caricia sugerente,
los besos surgen
solos, el placer se impacienta.
Se inicia el
recorrido desde el cuello hasta sus pechos,
se despoja de la pasión dormida la tatuan de besos,
sus ardientes labios
no cesan, juegan se mojan y gozan.
Aquellos besos …
©Beatriz Martín
30/05/19