domingo, 10 de mayo de 2020

TARDES DE CONFINAMIENTO



El ocaso se esparce  en mi balcón, entre líneas de cerámica llega a mi rincón,  el suave murmuro de las palmas se acerca, la respiración lejana de mi madre se resiente, el silencio de la música  de mi hija taconea. Y yo alboroto mis cajones para apurar las horas hasta la noche.

¡Bingo!  encontré una llave perdida, a la espera del regreso de mi tierra.  Una llave de un cofre vencido por los años,  llena de recuerdos, fotos y cartas, abandonadas por el nuevo futuro en tierras Canarias. Siempre buscando excusa para abrir el cofre, “nunca tengo tiempo”, me decía, y ahora tengo todo el tiempo del mundo. 

Encuentro pasajes de Venezuela a España,  hojas marchitas de  amores de infancia, fotos de mi niña con rulos de risa espontanea, servilletas con  frases sueltas  de amor, cuando la copa de vino invitaba. Cartas  de mi abuela soñolienta con aromas de naftalina   dando lecciones de amor, urbanidad y valentía, fotos de las marchas interminables con mi peña aguerrida que sigue vigente gritando libertad, recortes de periódicos que anunciaba su final. Oraciones de catequesis que dejaron huellas en el alma, estampitas de la virgen intactas, carta de amores prohibidos que nunca fueron enviadas.

 Mientras,  mi alma se derrumbó y la noche llegó, la magia del ocaso no estaba, mi madre dormía, mi hija soñaba y yo lloraba entre lágrima amargas y recuerdos de mi vida pasada.



©Beatriz Martín
Derechos registrados.
10/05/2020